Sorpresa, sorpresa
Crear en tiempos difíciles
Nos situamos a finales de la dictadura franquista. De los 60 viene un tímido aperturismo en todos los niveles que supone años de cambio a nivel internacional, y en la España de la época comienzan a darse nuevos aires de una mayor sensación de libertad, con la entrada de tecnócratas en el gobierno que traen consigo leyes de prensa o libertad religiosa.
En el cine se dan una serie de condiciones como son: una disidencia encabezada por Bardem, Berlanga o Fernán Gómez, nuevos productores como Querejeta y la entrada de García Escudero en la Dirección General de Cinematografía que implanta nuevas políticas, como un código de censura, cineclubes o subvenciones. En estas condiciones surge el llamado Nuevo Cine Español, con participantes de la Escuela de Cine, que intenta suponer una ruptura con todo el cine anterior, especialmente con el más comercial basado en la españolada, el folklore o los niños cantores. Estos autores plantean un acercamiento a la realidad que les ha tocado vivir, sin huir de ella, utilizando por ejemplo temas contemporáneos, por lo que la heterogeneidad es considerable. Una característica que viene determinada por la propia censura es el lenguaje elíptico, la omisión de las palabras también busca a un espectador activo, capaz de buscar e interpretar significados.
Ejercicio de maestría
Con esta situación en la España de la época, Saura será uno de los pioneros de este cine con su película Los golfos (1959). El director empieza con un cine realista para ir volviéndose más metafórico y sutil, y como buen ejemplo de ello, la película que nos ocupa, Ana y los lobos. Una niñera extranjera, Ana, va a trabajar a una casa española para cuidar de tres niñas. Allí se verá enredada en la complicada vida de la familia.
Una situación de partida que quizá parezca no muy interesante, acaba convirtiéndose en una total sorpresa. Y de las agradables. Nos encontramos con unos personajes muy definidos que en realidad esconden una gran metáfora del franquismo: José, el militar; Juan, el reprimido sexual y Fernando, el religioso. Cada uno de ellos encarna en su diferente faceta los lobos que acechaban a los españoles de la época. Al mismo tiempo que son una amenaza se encuentran constreñidos por la dictadura en la que ellos mismos viven, por lo que sus aspiraciones y perversiones los convierten en una amenaza mayor. En esta escena entra Ana, que viene para cuidar a las tres hijas de Juan. Pronto se verá envuelta en la tela de araña que atrapa la casa y a cada habitante en ella. Por lo que, si Ana viene a representar la libertad y el futuro que debe y está por venir, los lobos se encargan de poco a poco, asfixiarla y anularla, ya que el cambio es su amenaza.
Conforme la trama se va desarrollando, vamos viendo como los personajes son cada vez más opacos y van alcanzando un alto nivel de extravagancia. La gran casa en la que todo tiene lugar se convierte en un reflejo de estos personajes: grandes espacios con una decoración recargada y montones de puertas. Tantas entradas y salidas posibles, tantas posibilidades de elegir y de, por otra parte, no saber que hay al otro lado, hacen que en cierta forma nos sintamos inseguros por no saber exactamente por donde puede venir el lobo.
Otro elemento que ayuda a crear esa incertidumbre es la iluminación, que juega un papel importante a la hora de reflejar las diferentes situaciones y a los propios personajes. Se puede observar como las zonas oscuras son ocupadas por los lobos mientras que los claros son las zonas reservadas a Ana, que no tiene nada que ocultar y se muestra tal como es. Y es que sin duda esta es una película de personajes.
Historia de personajes
José el mayor de los tres hermanos, es quien controla todo lo que pasa en la casa y se encarga de dirigirla. Está obsesionado con los uniformes militares y tiene una gran colección en una de las habitaciones de la casa. Intenta tener un acercamiento a Ana a través de los uniformes, ya que le encarga la tarea de limpiarlos. Un día cualquiera, Ana insiste en que José se pruebe un nuevo uniforme, lo que provoca que veamos al verdadero José, que se sale de sus casillas posiblemente imaginándose en algún campo de batalla.
Juan, el mediano, es una padre de familia casado y con tres hijas. Hasta aquí todo normal. Ana es la encargada de cuidar de las tres niñas, a pesar de que tanto la madre como Juan están todo el día en la casa. Los valores de libertad que Ana representa se convierten en el detonante para que Juan, un reprimido sexual, pierda cualquier compostura. Se obsesiona con Ana hasta el extremo más desagradable e invadiendo su intimidad más allá de lo imaginable, mandándole cartas obscenas o restregándose por la boca el cepillo de dientes de Ana.
Fernando es el último hijo. Una especie de místico religioso que tiene una cueva alejada de la casa. La pinta de blanco, en un intento de traer algo de luz a su oscura existencia, y decide vivir en ella, sin alimentarse o hablar con nadie, meditando y leyendo un libro. Ana se acerca a él, en un intento por alejarse de los demás de la casa, pero esta proximidad hace que Fernando muestre su lado oscuro. Y es que para aplacar sus instintos busca cortar el pelo de Ana, que representaría a todas las mujeres, y así quitarle lo que para él es más atrayente, lo que puede hacer que su vida se venga abajo.
Pero una vez conocidos a todos los lobos, no nos podemos olvidar de la madre. Una mujer cuya personalidad ha asfixiado por completo a sus hijos y a todos los que viven en la casa. Esta mujer, magníficamente interpretada por Rafaela Aparicio, no ha perdido su capacidad de control con los años, sino que probablemente ha ido cambiando sus métodos según las necesidades. Así vemos que supuestamente no puede andar, por lo que hay que llevarla a todos lados, y que tiene recurrentes ataques de epilepsia o algo parecido, por lo que hay que estar pendiente de ella constantemente.
Este gran circo solo nos puede llevar a una única salida: los hombres se convierten en lobos y erradican los miedos y amenazas mediante las herramientas necesarias. En definitiva, Ana y los lobos es una de esas películas que si bien hay que tener ganas de verla en un principio, acaba atrapando al espectador en una historia interesante, con personajes poco comunes y situaciones aun menos típicas. Su visionado es sin duda un sano ejercicio para echar la vista atrás y contemplar grandes momentos del cine español, alejados del actual cine de reproducciones de cosas que ya se han hecho.
