Titulo: La clase (Entre le murs)
Año: 2008 Duración: 128 min
País: Francia Director: Laurent Cantet
Fotografía Pierre Milon Productora : Haut et Court
Reparto : François Bégaudeau, Nassim Amrabt, Laura Baquela.
Sencillamente genial
Ficha técnica
Titulo: Historias mínimas
Año: 2002 Duración: 92 min
Países: Argentina y España Director: Carlos Sorín
Fotografía: Hugo Colace Guión: Pablo Solarz
Producción: Martín Bardi
Reparto: Javier Lombardo, Antonio Benedictis, Javiera Bravo, Julia Solomonoff, Laura Vagnoni, Mariela Díaz, Aníbal Maldonado, Carlos Monteros.
Natural
Así podríamos describir al director argentino Carlos Sorín. Su trabajo es el reflejo de pequeñas historias vividas a través de pequeños personajes, que entran en nuestras vidas sin hacer ruido pero que consiguen quedarse con nosotros por un tiempo. Del caso concreto que nos ocupa, difícilmente podré olvidarme de Don Justo, ese anciano entrañable que nos hace sentirnos involucrados en su causa, o de María Flores, una mujer con nada más que su esperanza y su bebé. Ni podré olvidarme de ellos ni quiero, ya que tras ver esta película, el buen sabor de boca que nos queda unido a estos personajes es una sensación más que agradable y que por desgracia es difícil de sentir con el cine de nuestros días.
Historias mínimas nos cuenta la historia de tres personas, que dentro de la rutina de sus vidas se encuentran ante una situación que puede cambiarles para siempre. Don Justo, un anciano retirado al que le dicen que su perro Malacara (fugado hace años) está en una ciudad lejana a la suya. De este modo el anciano se embarca en un viaje por las carreteras de la Patagonia argentina para llegar a encontrarlo. María Flores, una mujer pobre que vive con su bebé y a quien le toca un premio en un concurso de la tele. Y Roberto, un representante comercial acostumbrado a la carretera que intenta impresionar a una viuda regalándole a su hijo una tarta por su cumpleaños. Tres historias muy diferentes entre sí pero muy ligadas las unas con las otras al mismo tiempo.
Historias complejas disfrazadas de sencillas
En la filmografía de este director nos encontramos con escenarios y un estilo de personaje que se repiten una y otra vez. El escenario: la Patagonia argentina. Uno de los lugares más desérticos del planeta surcado por carreteras donde las idas y venidas de las personas nos dan para imaginar millones de historias diferentes. Al mismo tiempo, sirven como punto de encuentro de todos esos personajes diversos. Vienen de un sitio y van a otro, pero por el camino se cruzan las vidas de los desconocidos. La carretera cobra una gran importancia dentro de estos relatos, simbolizando los diferentes puntos de unión entre unos y otros. Desmarcándose totalmente del estereotipo de la road movie más comercial, Sorín va más allá dejando que sean los personajes los que nos cuenten la historia.
Y es que si por un lado tenemos el desierto de la Patagonia, por otro tenemos la riqueza de los personajes. Personas, simplemente. Eso es lo que son los personajes de Sorín. Personas a las que les pasan cosas y que esconden en su interior una gran vida. De forma que siempre queremos saber más de ellos, queremos que sigan hablando para saber quiénes son en realidad. Algo parecido ocurre con la reciente película de Sean Penn Into the wild, donde el protagonista va rodeándose en su viaje de unos magníficos personajes que nos hacen querer ver más y más.
De modo que rodeándose de un reparto poco conocido, Sorín consigue que sus personajes nos atrapen. El personaje de María Flores, a pesar de ser entrañable en su representación, es el que quizá menos aporta a la historia y el que más pasa desapercibido. Sin embargo Don Justo y Roberto (interpretados a la perfección por Antonio Benedictis y Javier Lombardo respectivamente) se quedarán con nosotros por mucho tiempo. Don Justo, en la obstinación que muestra por llegar a San Julián para recuperar a su perro, nos da una lección de moral. Un hecho del pasado le insta a buscar al perro, quién según él, fue capaz de realmente verle tal y cómo es (con su lado malo). De modo que su afán por encontrarlo se reduce a buscar el perdón y la reconciliación con el animal, ya que es muy mayor y la cercanía de la muerte le hace querer estar en paz.
Roberto es el personaje más complejo de todos. Un hombre entrado en la cuarenta que aparenta ser jovial, seductor y sin compromisos. Durante su historia, nos damos cuenta de que resulta ser todo lo contrario. Su trabajo es un reflejo de la soledad que en realidad le embarga. Su motivación en la película es básicamente conseguir tener amor y familia. La tarta es un mero artificio para demostrarnos como en realidad tiene muchas ganas de conseguir este objetivo. A pesar de los impedimentos, no ceja en su intento de llevar la tarta perfecta, es decir, está dispuesto a mucho por tener aquello que quiere. A pesar del trasfondo de este personaje, su historia es la más divertida con momentos memorables (la conversión de la tarta de pelota de fútbol a tortuga es genial, y esto sólo por mencionar un caso).
Contar con naturalidad
La naturalidad es algo presuntamente sencillo, pero a la hora de hacer las cosas, no es tan fácil. Sin mayores artificios, Sorín consigue darle el tono adecuado a sus pequeñas historias a través de una realización poco complicada y que nos muestra los hechos tal y como suceden. Nos encontramos con un montaje alterno, que nos va llevando a través de las tres historias al mismo tiempo, lo que le da un mayor empaque y le ayuda a unir de forma esporádica los destinos de los protagonistas, resultando todo de lo más natural y sencillo.
Cuando los personajes no están juntos y vemos sus historias por separado, los tiempos de cada relato en pantalla están muy bien ajustados. De modo que en ningún momento te aburres o quieres que cambie a otra historia porque ha dejado de interesarte lo que le pasa a los personajes.
Lo que bien empieza bien acaba
Un escenario incomparable, con multitud de posibilidades y diferentes caminos. Personas que transitan de un lado para otro cruzando sus caminos y dejándonos historias que aunque mínimas, consiguen dejarnos un recuerdo duradero y satisfactorio. Una mirada optimista a la vida de personas muy diferentes pero que después de su largo viaje consiguen ser un poquito mejores. Una película que nos deja con la sensación de haber visto algo sensacional.
Casi, pero no.
Ficha técnica
Titulo: Caché (Escondido)
Año: 2005 Duración: 115 min
Países: Francia, Austria, Alemania e Italia Director: Michael Haneke
Fotografía: Christian Berger Guión: Michael Haneke
Producción: Margaret Menegoz y Veit Heiduschka
Reparto: Daniel Auteuil, Juliette Binoche, Maurice Bénichou, Annie Girardot, Lester Makedonsky, Walid Afkir, Daniel Duval.
Razonamientos varios
El director Michael Haneke nos ofrece una historia más que contradictoria a la hora de comprobar los resultados: o te encanta o la odias. No creo puedan existir términos medios en cuanto a lo que a Caché se refiere. Aún así, voy a hacer un esfuerzo por encontrar ese punto medio donde es posible apreciar unas cosas y desechar otras.
Esta película que nos ocupa, consiguió en el año 2005 poner de acuerdo a críticos y cineastas de medio mundo. De hecho consiguió muchos premios en festivales como el de Cannes o los premios del cine europeo (European Film Awards). Nos hablaron de una gran película, incluso de obra de arte del cine europeo. Por mi parte, me parece que es el nombre del director o de actores tales como Daniel Auteuil o Juliette Binoche, los que han hecho de esta regular película una obra más que importante dentro del cine europeo.
¿Michael qué?
Para empezar creo que esta es una de las cuestiones que se deben resolver. Es sobradamente conocido que en Europa como en medio mundo hay una americanización de los espectadores, que conocen muy poco del cine nacional o en este caso del cine europeo. Haneke se destaca entre los realizadores europeos por tener un estilo propio que se identifica entre sus películas, como La pianiste o Code inconnu, donde siempre sitúa al espectador ante aquello que no quiere ver pero que sabe está ahí. A pesar de ello y de su fama entre los cinéfilos europeos, apuesto que muchos adolescentes que fueron al cine a ver Funny Games (el remake americano de 2007, por supuesto) no sabían ni que se trataba de un remake, ni de que estaba dirigida por el mismo director que la original, un tal Michael Haneke. A pesar de sus éxitos, no deja de ser un director, que al igual que sus películas, levanta odios y pasiones.
En el caso de Caché, nos encontramos ante una de las preocupaciones del hombre moderno, la sensación de sentirnos vigilados a través de dispositivos de videocámaras capaces no sólo de entrar en nuestra intimidad, sino de enseñar al mundo y a nosotros mismos quienes somos en realidad. Todo esto derivado de los famosos programas de telerealidad, que han puesto a la orden del día este tipo de historias y que de forma indirecta nos convierten en objetivos, ya que cualquiera puede presentarse a ellos. Además, Internet y sitios web como Youtube nos hacen darnos cuenta de lo fácil que es grabar y colgar en la red a cualquier persona, sin que podamos hacer nada para evitarlo. De este modo, la familia protagonista de Caché se encuentra de forma totalmente involuntaria ante este tipo de situación, cuando comienzan a llegar a su casa cintas de video en las que salen ellos mismos entrando y saliendo de su casa, haciendo sus vidas sin saber que alguien les observa. Todo se pone más raro cuando el sospechoso de las cintas resulta ser alguien del pasado de Georges, el protagonista. De modo que tenemos la cara más o menos amable en películas como El Show de Truman, o la cara amarga e incluso peligrosa de Caché.
Las dos caras de la moneda
Para llevar a cabo su historia, Haneke apuesta por una realización muy sobria, que encaja a la perfección con lo que nos cuenta. Todo está basado en los movimientos que haría una cámara de videovigilancia: planos generales de las situaciones, desde laterales de las habitaciones y movimientos sobre el propio eje de la cámara, es decir panorámicas (cuya presencia es muy abundante) y algún que otro travelling. Los planos más cercanos son planos medios cortos, en ningún momento hay primeros planos de los protagonistas, que incluso momentáneamente quedan fuera del encuadre para después volver. Con esto se consigue que el espectador se sitúe en la piel de aquel que está observando a los protagonistas, nos sentimos observadores e incluso a veces acosadores. Sensación que a veces puede incomodar pero ¿no deberíamos estar acostumbrados a esto? Todos los días nuestra faceta de voyeurs sale a relucir pero quizá no somos conscientes. Haneke nos lo hace saber de forma clara.
Lo que resulta tan positivo para unas cosas, tiene sin embrago sus cosas malas. Hay una falta de ritmo, excesivo en algunos momentos, que hace que el espectador desconecte durante unos instantes de la historia para tener que volver a ella con cierto desinterés. Al reengancharse de nuevo, la historia capta nuestro interés para más tarde volver a perderlo. Lo estático de los planos así como la poca acción dentro de ellos, provoca por lo tanto tedio, ya que no esperas que se te sorprenda con algo novedoso e inesperado. Los planos tan generales, que en ocasiones exigen el esfuerzo de mirar con atención (algo positivo en este caso pero que no está usado de forma efectiva) no consiguen poner al espectador en la piel de los protagonistas durante todo el relato.
Y es que son ellos los que crean todas las dudas en esta película. ¿Alguien se ha creído a alguno de ellos? Todos los personajes son sospechosos en sus actitudes, y es que si algo nos dice Haneke es que todos tenemos cosas que ocultar. De modo que quien crees que es, por decirlo así, el bueno de la peli (como podría ser Georges o Anne, el personaje de Binoche), al rato te das cuenta de que no es tan bueno y de que quizá tenga algo que ver con las cintas y los dibujos que las acompañan.
Para colmo o virtud (depende de quién lo mire), al director se le ocurre dejarnos sin lo que realmente nos importa, ¿quién envía las cintas de video? Al dejar el final “abierto” (después hablo un poco más sobre este asunto), podemos suponer o que cualquiera lo hizo y que puede seguir haciéndolo, o que los espectadores deberíamos sentirnos responsables porque al querer saber quién es con tantas ganas confirmamos la posición del director, podríamos ser nosotros mismos. De esta guisa, uno no sabe con quién quedarse o sentirse más identificado, por lo que sigue corriendo el mismo riesgo de la no identificación: si no te fías de ningún personaje, puede que la historia no te llegue de la misma manera.
De forma que tan pronto nos encontramos inmersos por completo en la historia, como cuando Georges recibe la cinta que le invita a visitar un piso o cuando desaparece su hijo; como nos salimos de ella sin poder evitarlo, como cuando Anne habla con su hijo tras su vuelta y éste sugiere que su madre tiene un amante (cosa que no hace avanzar a la historia en ningún sentido).
Un punto a favor es también la decoración de la casa, la cual bajo mi punto de vista cobra importancia debido a la cantidad de libros que almacenan. Todo el salón, habitación donde pasan el mayor tiempo, está repleto de estanterías llenas de libros. Cosa que nos dice mucho ya que por un lado, parecen tener mucha información pero que realmente no les sirve de nada a la hora de enfrentarse a su acosador, y que su vez, el acosador es diferente porque no hablamos de cartas o algo por el estilo sino de material grabado. La palabra escrita Vs la imagen en movimiento.
Sin embargo, un punto no tan positivo es la ausencia de música. Por un lado, acompaña al realismo con que se nos presenta el relato, pero por otro ayuda a la ralentización de los acontecimientos, ya que en los momentos de más tensión se echa en falta el acompañamiento musical, que nos ayude a situar de forma acertada la emoción que sentimos; por ejemplo, al ver a Georges ir por primera vez al piso que se le enseña en el video.
En cuanto al final, creo que es el punto más flaco de la película. Un final “abierto” entre comillas porque no lo es tanto, pero que aún así no resuelve dudas. La manera en la que se deja que el espectador se dé cuenta de quienes son los posibles responsables concluye en lo siguiente:
a) no te das cuenta de lo que pasa, porque Haneke nos sitúa ante un plano general con mucha gente en el que es difícil ver a quien hay que ver. Si no has visto nada no hay que preocuparse, porque no se escapa información vital.
b) ves a los responsables del juego de las cintas, y te preguntas por qué ellos. Es decir, ¿qué motivación pueden tener esos personajes para asustar así a Georges y Anne? ¿Qué consiguen con ello?
Por estas razones, estamos ante un final que por su no conclusión en algo mínimamente concreto, deja las cosas demasiado en el aire. Habrá quien diga que así está bien, porque no todo se debe dar mascado al espectador. Pero para mí esto es pasarse y contar demasiado con la imaginación del espectador, que posiblemente haya acabado aturdido.
En definitiva
Una película que algunos recordarán como muy buena y otros intentarán olvidar nada más verla. Así se podría resumir lo que Caché consigue. Una película que por lo que cuenta podría haber sido mucho mejor o más atrayente. Un tema interesante, un buen reparto y una realización muy acertada por momentos que no consiguen cuajar en las manos de Haneke.
Ficha técnica
Titulo: El Sur
Año: 1983 Duración: 93 min
País: España Director: Víctor Erice
Fotografía: José Luis Alcaine Productor: Elías Querejeta
Reparto: Omero Antonutti, Sonsoles Aranguren, Icíar Bollaín, Lola Cardona, Rafaela Aparicio, Germaine Montero, Aurora Clement, María Caro, Francisco Merino, José Vivo
¿Obra inacabada?
La película que nos ocupa es sobradamente conocida dentro de la historia del cine español. Todos en algún momento de nuestra vida hemos oído las palabras El Sur, pero muchas veces sin saber muy bien de que estamos hablando. Porque la fama de esta película es indiscutible. Catalogada y vendida como una de las obras maestras de nuestro cine, El Sur se plantea como una cuestión ineludible para todos aquellos que se consideran a sí mismos amantes del séptimo arte.
La película es una adaptación de un relato de Adelaida García Morales, cuyo guión y dirección corren a cargo de Víctor Erice. Realizador que cuenta con una posición de honor dentro de la cinematografía española a pesar de haber realizado tan sólo tres largometrajes. Tras el estreno de El espíritu de la colmena en 1973, el director regresa diez años después con esta película, que además resulta ser una obra inacabada. Los hechos son los siguientes: argumentando problemas económicos, el productor Elías Querejeta corta el rodaje de la película cuatro semanas antes de lo previsto. De modo que el resultado que llega finalmente a las carteleras supone más o menos lo que sería la primera parte de la película, todo lo acontecido en el norte. La segunda parte que debería transcurrir en el sur no llega nunca a hacerse realidad. Pero, ¿realmente afecta esto al resultado final de la película? En mi humilde opinión, el final cierra de forma perfecta lo que se nos viene relatando hasta ese punto. Un final muy a lo europeo: completamente abierto a la imaginación de aquel que ve la historia. Si la película ha llegado a decirte algo, no tendrás ningún problema en “terminar” la historia. Sabemos que Erice quería simbolizar la apertura de Estrella, la protagonista, hacia su madurez mediante ese viaje al sur, donde terminaría de conocer a su padre. Uno puede quedarse con esta versión o terminar de otra manera, aunque de todas formas no será una versión muy distinta, ya que aunque hablo de un final abierto, esta primera parte consigue quedarse perfectamente cerrada, por lo que se nos dan pistas suficientes para imaginar el resto.
Marca de la casa
Transcurre el año 1983 cuando Víctor Erice se embarca en el rodaje de una las películas más aclamadas del cine contemporáneo. La situación de nuestro cine no es nueva: la falta de una industria dificulta la producción de material de calidad, el cine extranjero copa las salas de cine, hay una progresiva pérdida de espectadores (que desciende de 5,8 a 4,3 entradas por habitante y año de 1977 a 1982)[1] y caída en la cuota del cine español (del 23% en 1982 al 11,5% en 1988)[2] en beneficio del cine americano que aumenta en la misma proporción.
En estas circunstancias, Erice se propone contarnos una historia íntima y pequeña: tan sencillo como la admiración de una hija por su padre, y como ésta, en su afán de conocer más sobre él, va a ir haciéndose mayor. Lo que convierte a esta historia en algo tan valioso es su capacidad para ser mucho más que un resumen tan escueto. Y es sin duda la figura de Erice la que consigue darle tal importancia. Previamente a El Sur nos encontramos con otra película calificada como obra maestra de este director, El espíritu de la colmena (1973), y con una película menos conocida, Los desafíos (1969), formada por tres relatos diferentes cada uno de ellos dirigido por un director distinto. En Los desafíos la historia que nos plantea Erice tiene muchos silencios y miradas, haciendo evidente la importancia de la reflexión de los propios personajes, pero también al mismo tiempo pidiendo la reflexión y colaboración del propio espectador para llenar con significado todos esos momentos. De la misma forma ocurre en El Sur, donde los silencios de padre e hija hablan mucho más fuerte de lo que podría hacerlo cualquier palabra.
En El espíritu de la colmena, se plantea la salida al mundo de la inocencia a través de una niña que va creciendo dentro de un mundo de fantasía que se encuentra ligado además con la muerte. Así mismo Estrella, la protagonista de El Sur, comienza siendo una niña que admira por encima de todo a su padre (hasta el punto de decir que apenas tiene recuerdos de su madre en aquella época, cuando era con ella con quien pasaba la mayor parte del tiempo), para convertirse en una adolescente solitaria y madura, que deja de estar pendiente de su padre admitiendo que jamás llegará a conocerle.
La infancia, el salto a la madurez y el paso del tiempo, parecen temas que preocupan a este director, que lo envuelve en un halo de fábula y cuento, muy ligado a la inocencia de los primeros años. Este tratamiento se diferencia de forma radical de la representación de la infancia más actual, en la que estamos acostumbrados a ver como los niños tienen que enfrentarse a problemas que les vienen grandes, como puede ser la separación de los padres, tal y como se representa en la película italiana Anche libero, va bene; donde al niño protagonista se le exige comportarse como un hombre y ser fuerte, cuando lo que le corresponde es jugar sin mayores problemas en los que pensar.
Mi papá, mi héroe
Sin duda esta es una historia donde los personajes llevan todo el peso. No hay nada que suceda fuera de ellos, todo gira en torno a unos personajes llevados a la perfección por un buen reparto.
Destacar la interpretación de Omero Antonutti como Agustín, el padre de familia. Un doctor que además es zahorí y que posee unos conocimientos o energía (como se dice en la película) que se salen de la normalidad. Su interpretación nos lleva al límite del desconocimiento, y es que no sólo su hija es incapaz de descifrarle, nosotros tampoco. Agustín es un hombre callado donde los haya, reservado hasta el extremo y un total desconocido en realidad. Incluso en los momentos donde su compostura se ve afectada apenas podemos percibirlo por unos segundos. Los intentos de Estrella para acercarse a él son innumerables, pero nunca consigue un resultado positivo. Sólo la admiración que siente por él, por ser tan especial, y sus ganas de ser como él, harán que no pare de averiguar cosas que resultan tremendamente útiles para el espectador.
Por ello, de vital importancia es el papel de la niña, Estrella, representada en dos etapas diferentes de su vida: a los ocho años, por Sonsoles Aranguren (cuya interpretación me parece fabulosa), y a los quince por Icíar Bollaín. Con ocho años, vemos a una Estrella completamente entregada a la admiración que siente por su padre. Cada cosa que hace está enfocada a acercarse un poco más a este hombre del que poco conoce. A los quince años, nos encontramos con una jovencita que ha dejado de insistir y que va más a lo suyo. Comprobamos que tiene su propia vida (intervención telefónica del Carioco, la única nota discordante de la película), y que de alguna forma se ha rendido al misterio. Sin embargo, la última conversación que mantiene con su padre, nos demuestra que la curiosidad no la ha abandonado a pesar del tiempo, y en un último intento de saber algo de él, consigue hacer que descifremos a ese hombre y verle por completo: un hombre que no ha superado su pasado. De esta forma, Estrella se convierte en el espejo que Agustín ha estado evitando toda su vida.
De forma más secundaria, terminan por darle sentido a esta historia la madre de Estrella, Julia (interpretada por Lola Cardona), una mujer a la que vemos al margen en toda la película, ya que parece no contar mucho ni para su marido ni para su hija. Y sobre todo, la aparición de Rafaela Aparicio como Milagros, la mujer que crió a Agustín y que viene desde el sur para despejar algunas incógnitas. Aunque su papel es corto, como siempre esta actriz consigue destacar entre los demás, y al igual que nosotros la recordamos, así lo hace Estrella, quien mantiene el contacto con ella desde que la conoce ya que representa una puerta abierta hacia el sur.
Estilo personal
Nada más empezar la película, somos capaces de ver la huella de Erice, que con su particular manera de hacer las cosas, consigue un efecto íntimo e intransferible. Podemos destacar para empezar la decoración minimalista utilizada. Un gran caserón, en medio de la nada, decorado con lo imprescindible y necesario. Esto se entiende porque realmente lo importante de la historia ya hemos dicho que son los personajes, cuya vida interior es lo único que necesitamos para seguir la historia, por lo que los decorados y accesorios son complementos necesarios pero no imprescindibles. El caserón, llamado “La Gaviota” se convierte así en un símbolo de los entresijos de los personajes, cuyo nombre representa quizá las ganas de volar de allí hacia el sur.
Siguiendo con esta austeridad hay dos cosas a destacar. Por un lado el vestuario que toma relevancia sobre todo en la figura de Agustín, a quien siempre vemos impecablemente vestido, con traje de chaqueta, corbata, bien peinado y con la barba arreglada. Esto nos da de nuevo pistas sobre su forma de ser, bastante reservado y como encerrado en sí mismo.
El otro elemento es sin duda la iluminación, que se convierte en protagonista junto a los personajes. Nos encontramos siempre en un mundo inmerso en las sombras, que sólo nos dejan ver lo imprescindible, tal y como ocurre con la personalidad de Agustín. Estas sombras están permanentemente presentes, excepto en pocas ocasiones, como son la celebración de la comunión de Estrella o la última conversación que mantienen padre e hija en el Gran Hotel. Momentos donde ambos personajes se acercan el uno al otro más que nunca y donde son momentáneamente felices.
Si el caserón se convertía en un reflejo global de la historia, el desván cobra importancia propia. Un sitio misterioso donde Agustín pasa a solas mucho tiempo, haciendo “experimentos” y donde nadie entra. Esto nos hace acordarnos de los cuentos, donde todo lo mágico siempre sucede en las altas torretas o en los desvanes más insospechados. Es allí donde está la esencia de Agustín y donde Estrella consigue de alguna manera acercarse a él al final de la película.
En otro orden de cosas, resultan muy interesantes las elecciones hechas a la hora de narrar. Por un lado, toda la película es un gran flashback de los momentos que Estrella quiere recordar sobre su vida para contarnos la historia. De ahí el uso incesante del fundido para marcar el paso del tiempo. Además aquí la iluminación juega un papel muy importante favoreciendo el oscurecimiento de la escena, haciendo los fundidos mucho más interesantes.
Por otro lado, los juegos con la voz de la narradora (Estrella de mayor), y las voces en off de los demás personajes. Trocitos de conversaciones que no ayudan a entender la historia y nos guían a través de la misma, por lo que resultan muy efectivos y no sobrecargan la narración en ningún momento.
Entonces, ¿qué es el sur?
Nunca veremos a Estrella pisar tierras andaluzas ni concluir su historia, sólo podemos imaginar cómo sería. Sin embargo, muchos apuntan a que ese sur del que se habla está en todos nosotros, donde acudimos para rememorar y recordar el pasado. Para mí, el sur es ese paso necesario en nuestras vidas en el que dejamos de considerarnos niños para reconocernos a nosotros mismos como adultos, con todas las consecuencias que eso conlleva.
El Sur, una película íntima o de autor, que aunque no me encuentro capacitada para decidir si es una obra maestra (aún tengo mucho que aprender y ver), sí considero que está más que justificado su necesario visionado para tener una idea mucho más completa de lo que es el cine.
Sorpresa, sorpresa
Crear en tiempos difíciles
Nos situamos a finales de la dictadura franquista. De los 60 viene un tímido aperturismo en todos los niveles que supone años de cambio a nivel internacional, y en la España de la época comienzan a darse nuevos aires de una mayor sensación de libertad, con la entrada de tecnócratas en el gobierno que traen consigo leyes de prensa o libertad religiosa.
En el cine se dan una serie de condiciones como son: una disidencia encabezada por Bardem, Berlanga o Fernán Gómez, nuevos productores como Querejeta y la entrada de García Escudero en la Dirección General de Cinematografía que implanta nuevas políticas, como un código de censura, cineclubes o subvenciones. En estas condiciones surge el llamado Nuevo Cine Español, con participantes de la Escuela de Cine, que intenta suponer una ruptura con todo el cine anterior, especialmente con el más comercial basado en la españolada, el folklore o los niños cantores. Estos autores plantean un acercamiento a la realidad que les ha tocado vivir, sin huir de ella, utilizando por ejemplo temas contemporáneos, por lo que la heterogeneidad es considerable. Una característica que viene determinada por la propia censura es el lenguaje elíptico, la omisión de las palabras también busca a un espectador activo, capaz de buscar e interpretar significados.
Ejercicio de maestría
Con esta situación en la España de la época, Saura será uno de los pioneros de este cine con su película Los golfos (1959). El director empieza con un cine realista para ir volviéndose más metafórico y sutil, y como buen ejemplo de ello, la película que nos ocupa, Ana y los lobos. Una niñera extranjera, Ana, va a trabajar a una casa española para cuidar de tres niñas. Allí se verá enredada en la complicada vida de la familia.
Una situación de partida que quizá parezca no muy interesante, acaba convirtiéndose en una total sorpresa. Y de las agradables. Nos encontramos con unos personajes muy definidos que en realidad esconden una gran metáfora del franquismo: José, el militar; Juan, el reprimido sexual y Fernando, el religioso. Cada uno de ellos encarna en su diferente faceta los lobos que acechaban a los españoles de la época. Al mismo tiempo que son una amenaza se encuentran constreñidos por la dictadura en la que ellos mismos viven, por lo que sus aspiraciones y perversiones los convierten en una amenaza mayor. En esta escena entra Ana, que viene para cuidar a las tres hijas de Juan. Pronto se verá envuelta en la tela de araña que atrapa la casa y a cada habitante en ella. Por lo que, si Ana viene a representar la libertad y el futuro que debe y está por venir, los lobos se encargan de poco a poco, asfixiarla y anularla, ya que el cambio es su amenaza.
Conforme la trama se va desarrollando, vamos viendo como los personajes son cada vez más opacos y van alcanzando un alto nivel de extravagancia. La gran casa en la que todo tiene lugar se convierte en un reflejo de estos personajes: grandes espacios con una decoración recargada y montones de puertas. Tantas entradas y salidas posibles, tantas posibilidades de elegir y de, por otra parte, no saber que hay al otro lado, hacen que en cierta forma nos sintamos inseguros por no saber exactamente por donde puede venir el lobo.
Otro elemento que ayuda a crear esa incertidumbre es la iluminación, que juega un papel importante a la hora de reflejar las diferentes situaciones y a los propios personajes. Se puede observar como las zonas oscuras son ocupadas por los lobos mientras que los claros son las zonas reservadas a Ana, que no tiene nada que ocultar y se muestra tal como es. Y es que sin duda esta es una película de personajes.
Historia de personajes
José el mayor de los tres hermanos, es quien controla todo lo que pasa en la casa y se encarga de dirigirla. Está obsesionado con los uniformes militares y tiene una gran colección en una de las habitaciones de la casa. Intenta tener un acercamiento a Ana a través de los uniformes, ya que le encarga la tarea de limpiarlos. Un día cualquiera, Ana insiste en que José se pruebe un nuevo uniforme, lo que provoca que veamos al verdadero José, que se sale de sus casillas posiblemente imaginándose en algún campo de batalla.
Juan, el mediano, es una padre de familia casado y con tres hijas. Hasta aquí todo normal. Ana es la encargada de cuidar de las tres niñas, a pesar de que tanto la madre como Juan están todo el día en la casa. Los valores de libertad que Ana representa se convierten en el detonante para que Juan, un reprimido sexual, pierda cualquier compostura. Se obsesiona con Ana hasta el extremo más desagradable e invadiendo su intimidad más allá de lo imaginable, mandándole cartas obscenas o restregándose por la boca el cepillo de dientes de Ana.
Fernando es el último hijo. Una especie de místico religioso que tiene una cueva alejada de la casa. La pinta de blanco, en un intento de traer algo de luz a su oscura existencia, y decide vivir en ella, sin alimentarse o hablar con nadie, meditando y leyendo un libro. Ana se acerca a él, en un intento por alejarse de los demás de la casa, pero esta proximidad hace que Fernando muestre su lado oscuro. Y es que para aplacar sus instintos busca cortar el pelo de Ana, que representaría a todas las mujeres, y así quitarle lo que para él es más atrayente, lo que puede hacer que su vida se venga abajo.
Pero una vez conocidos a todos los lobos, no nos podemos olvidar de la madre. Una mujer cuya personalidad ha asfixiado por completo a sus hijos y a todos los que viven en la casa. Esta mujer, magníficamente interpretada por Rafaela Aparicio, no ha perdido su capacidad de control con los años, sino que probablemente ha ido cambiando sus métodos según las necesidades. Así vemos que supuestamente no puede andar, por lo que hay que llevarla a todos lados, y que tiene recurrentes ataques de epilepsia o algo parecido, por lo que hay que estar pendiente de ella constantemente.
Este gran circo solo nos puede llevar a una única salida: los hombres se convierten en lobos y erradican los miedos y amenazas mediante las herramientas necesarias. En definitiva, Ana y los lobos es una de esas películas que si bien hay que tener ganas de verla en un principio, acaba atrapando al espectador en una historia interesante, con personajes poco comunes y situaciones aun menos típicas. Su visionado es sin duda un sano ejercicio para echar la vista atrás y contemplar grandes momentos del cine español, alejados del actual cine de reproducciones de cosas que ya se han hecho.